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La delicada línea que separa lo normal de lo patológico

 

La delicada línea que separa lo normal de lo patológico tiende a borrarse cuando se trata de las llamadas enfermedades mentales. Sus síntomas, vistos desde la zona de confort, desde ese espacio cotidiano en que nos movemos todos los días, parecen “disparates de una mente trastornada” y, por lo tanto, alejados de nosotros.

Pero en todo ser humano, en cada uno de nosotros están los mismos deseos, los mismos sueños, los mismos miedos que muestran aquellos que están etiquetados por las distintas categorías psiquiátricas.

Es precisamente en esa frontera entre la normalidad y la patología donde se dibuja con nitidez la fuerza de los síntomas, el poder de la fantasía y lo irreductible del deseo humano, nunca satisfecho. Es en esa frontera donde el ADN del alma humana puede ser descifrado.

En mi dilatado recorrido como psiquiatra y psicoanalista he escuchado las angustias, el dolor y el sufrimiento psíquico de muchas personas que, sin duda, se han ido grabando en los vericuetos de mi memoria.

Cuando nos pusimos a crear los personajes de los “diablillos rojos”, volvieron a mi recuerdo los síntomas de dos pacientes, que fueron el trasfondo sobre el que creamos los personajes de esta obra. El caso de Toñi con sus “alucinaciones visuales” y su poderío energético y el caso de Andrés con su “delirio de negación” del cuerpo, tenían la suficiente carga dramática como para que sirvieran de modelos para esta aventura teatral.

Pero los malestares no son todos iguales. No es lo mismo el sufrimiento histérico de Toñi, que el aparente “no sufrimiento” de Andrés. En ambos personajes, el trastorno esta referido al cuerpo. En el primer caso, una explosión del cuerpo con toda la fuerza de lo sexual. En el caso de la histeria ella fomenta un sufrimiento gozoso que estalla en la sexualidad corporal. En el segundo caso se trata de un sufrimiento producido por la evaporación del cuerpo, por su volatilidad, que linda con la muerte. Adquiere, de esta manera, una inmortalidad que le permite vencer su miedo a morir. Es difícil pensar que, en Andrés, su cuerpo “no está” cuando lo estamos viendo. Pero su “certeza” sobre la ingravidez de su cuerpo, que caracteriza el síndrome de Cotard, impide su elaboración psíquica.

La sutil línea que separa lo normal y lo patológico solo puede mantenerse con el criterio del sufrimiento psíquico, es decir que solo podemos guiarnos por el sufrimiento que cualquier persona perciba en sí misma. Pero es imprescindible tener en cuenta que este criterio también puede ser vencido. Diariamente vemos situaciones en que el dolor es una fuente de placer, situaciones en las cuales las personas sufren en demasía por no poder hacer frente a sus miedos, a sus temores, a sus angustias. Estas situaciones son totalmente inconscientes, es decir, son personas que no tienen conciencia de buscar el sufrimiento.

Muchas veces el amor produce “curaciones milagrosas”, otras personas en cambio, al encasquillarse en su dolor y su odio, hacen de su vida un infierno que no cesa. Pero, como casi todo puede relatarse en clave de comedia o de tragedia, elegimos esta primera forma de teatralizar el sufrimiento humano.

 

Arturo Roldán
Escritor y médico psiquiatra-psicoanalista
Madrid, 7 de Septiembre de 2015

 

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